Familia

Y los niños, siguen siendo niños.

Y los niños, siguen siendo niños.

Con la sorpresiva aparición del COVID-19 pareciera ser que el mundo entero se ha detenido y cada cual se ha replegado a su espacio propio para tratar de descubrir la mejor forma de enfrentar la pandemia. ¿Cómo lograr conocer la situación que tenemos en frente para luego poder sentir que tenemos la oportunidad de reorganizarnos? Nos han sobrevenido un inesperado cambio de rutinas, un sinnúmero de restricciones y una montaña de incertidumbre entre muchas otras cosas más. Si hasta el año 2019 la tasa de estrés en el mundo era estimada alta, hoy tenemos una situación que desborda.

Ese es el escenario para los adultos. Pero, ¿qué hay de los niños?; no podemos perder la perspectiva de que ellos siguen siendo niños. Cualquiera sea el rol que nos corresponde desempeñar en la sociedad, los padres y los cuidadores no podemos pedir a los niños que se sumen al esfuerzo de comprender y aceptar la llamada nueva normalidad.

El desafío no es sólo conseguir no contagiarnos nosotros y toda la familia, sino que, en el mismo nivel de importancia o tal vez mayor, está el desafío de transformarnos en expertos contenedores y protectores de nuestros hijos para que ellos se puedan sentir seguros. Lograr asimilar que la perspectiva que los niños tienen de la vida es tan distinta a la que tenemos los adultos es una tarea que demanda nuestra mayor dedicación, pero que reporta sin duda la recompensa de ver que ellos logren desarrollar virtudes y fortalezas que les permitan saber enfrentar la vida.

Mientras los adultos nos tomamos la cabeza buscando soluciones, tenemos a nuestro alrededor a muchos “Carlitos” y “Angélicas”, aquellos queridos personajes de la serie televisiva llamada The Rugrats o Aventuras en Pañales, que nos están observando y percibiéndonos de la forma que menos podemos imaginar. Como una muestra gráfica de ello, la psicóloga y académica Paz Valenzuela de la Universidad Diego Portales, relata haber recibido en su consulta a un pequeño paciente que decía estar asustado porque no quería morir. La profesional le consulta por qué piensa que podría morir, y el niño responde que con el COVID mueren los mayores y su mamá le decía que él era el mayor de sus hermanitos.

El cerebro de los niños está aprendiendo a socializar y los cambios abruptos son para ellos una amenaza. Dejar de ver a sus abuelos, a sus primos, a sus amigos, aceptar un telecumpleaños y que nadie llegue a jugar en ese día, son experiencias traumáticas para ellos. Un cerebro en formación necesita de otros para no enfermar y deprimirse. Para los niños el contacto cara a cara es imprescindible; estudios del Centro para el Desarrollo Cerebral y Cognitivo de la Universidad de Londres, señalan que nacemos con el instinto de orientarnos a los rostros y voces humanas en los inicios de adquirir conocimiento. La falta de socialización en los niños les puede producir un retraso en sus experiencias formativas que sirven de apoyo a modelar la funcionalidad del cerebro.

Si detectamos algún retroceso en las etapas de crecimiento de nuestros hijos (control de esfínteres, independencia u otros), acudamos a contenerles y no les demandemos un razonamiento de adultos cuando ellos aún, siguen siendo niños.